Desayuno en familia by Roger Rosenblatt

Desayuno en familia by Roger Rosenblatt

autor:Roger Rosenblatt
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788415120360
editor: clublibrosepub
publicado: 2013-02-17T05:00:00+00:00


Ginny vuelve para la inauguración del congreso. Pronto tendrá que regresar a Bethesda (Jessie y Sammy están de campamento hasta final de mes), pero tenemos por delante algo tan inusual como estar unos días solos. Al atardecer salimos de paseo. Nos sentimos más viejos y pequeños que con nuestros nietos. El cielo es de color naranja y rosa, y en las calles no hay nadie, solo ruido de niños en sus casas. Hablamos sobre la campaña de las presidenciales, y lo que sale en las noticias.

Antes, en verano, por la tarde nos acercábamos al mar, que está a menos de un kilómetro de nuestra casa, o hacíamos una caminata de ida y vuelta hasta el puente del canal de Shinnecock. Esta noche nos quedamos en las calles, que desembocan en el agua, como afluentes. Conocemos las casas, viejas, confiadas, pero no a todos sus ocupantes. Algunas nos las sabemos muy a fondo, por haberlas recorrido cuando estaban en venta. La nuestra, al salir al mercado, no estaba a nuestro alcance, pero los dueños tenían tres más en otros sitios, y acabaron aceptando nuestra oferta (para gran pavor por nuestra parte). Caminamos hasta Penniman's Creek, donde el agua escarba en los guijarros.

—Estoy pensando en comprarme un kayak —le digo.

—¿Sabes ir en kayak? —pregunta ella.

—He ido dos o tres veces.

—¿Es peligroso? —dice ella.

—No. Compraré otro para ti.

—Creo que me daría miedo —afirma ella.

—Si lo puedo hacer yo —contesto—, lo puede hacer cualquiera.

Casi es de noche, y las calles han pasado del gris al negro. Oímos rebotar pelotas de tenis. Nos cogemos de la mano, como en el instituto, cuando empezamos a salir. Yo tomo nota mentalmente de llamar a un sitio de Wainscott donde venden kayaks.

En Quogue Street pasamos por delante de la casa de nuestro amigo y vecino Ambrose Carr, cuya esposa, la amable y guapa Nancy, falleció hace dos noviembres, tras pasar mucho tiempo enferma. Amby, algo mayor que nosotros, tiene voz de patricio, y una cara de galán de los años treinta. Una mañana hablamos por e-mail. El mismo día, a principios de la tarde, vino a nuestro jardín para explicarme que Nancy se acababa de morir mientras dormía. Cuando murió Amy, Amby dejó un mensaje en el contestador para Ginny y para mí: «Os quiero». Ahora viaja bastante, visita a sus hijos y nietos, cuida su jardín y escucha jazz.



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